sábado, 9 de enero de 2016

Garcilaso de la Vega. Églogas (selección)



Fragmento de la Egloga I

El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;

SALICIO

5
    ¡Oh más dura que mármol a mis quejas
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aun la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay sin ti el vivir para qué sea.
           Vergüenza he que me vea
           ninguno en tal estado,
           de ti desamparado,
y de mí mismo yo me avergüenzo ahora.
¿De un alma te desdeñas ser señora
donde siempre moraste, no pudiendo
           de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.




8

   Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
           ¡Ay, cuánto me engañaba!
           ¡Ay, cuán diferente era
           y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo
           la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo
7    
Y tú, de esta mi vida ya olvidada,
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar, desconocida, al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente solo a mí debiera.
           ¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
           pues ves desde tu altura
           esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo,
no recibe del cielo algún castigo?
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
           ¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.7
10

     Tu dulce habla ¿quién la escuchará?
Tus claros ojos, ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me cambiaste?
Tu quebrantada fe, ¿dónde la pusiste?
¿Cuál es el cuello que como en cadena
de tus hermosos brazos anudaste?
           No hay corazón que baste,
           aunque fuese de piedra,
           viendo mi amada hiedra
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi planta en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
           hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.



11
Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan;
las aves que me escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen
y mi morir cantando me adivinan;
           las fieras que reclinan
           su cuerpo fatigado
           dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aun siquiera no volviendo
           a los que tú hiciste
salir, sin duelo, lágrimas corriendo


    NEMOROSO
18

     Corrientes aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
           yo me vi tan ajeno
           del grave mal que siento,
           que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
           por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.

20

     ¿Dónde están ahora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi alma, dondequiera que ellos se volvían?
¿Dónde está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos,
que de mí mis sentidos le ofrecían?
           Los cabellos que veían
           con gran desprecio al oro
           como a menor tesoro
¿adónde están, adónde el blanco pecho?
¿Dónde la columna que el dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Esto todo ahora ya se encierra,
           por desventura mía,
en la oscura, desierta y dura tierra.

19

Y en este mismo valle, donde ahora
me entristezco y me canso en el reposo,
estuve ya contento y descansado,
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Me acuerdo, durmiendo aquí en otro tiempo,
que, despertando, a Elisa vi a mi lado.
           ¡Oh miserable hado!
           ¡Oh tela delicada,
           antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más conveniente fuera esta suerte
a los cansados años de mi vida,
           que es más que el hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.
22
     Divina Elisa, pues ahora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y verme libre pueda,
           y en la tercera rueda,
           contigo de la mano,
           busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
           ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?


Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que solo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol orladas de oro,
no vieran que era ya pasado el día...


Comienzo de la Egloga  III
Aquella voluntad honesta y pura,
ilustre y hermosísima María,
que en mí de celebrar  tu hermosura,
tu ingenio y  tu valor solía,
a despecho y pesar de la ventura
que por otro camino me desvía,
está y estará en mí tanto clavada
cuanto del cuerpo el alma acompañada.

E incluso me imagino que no me toca
este oficio solamente en vida;
mas con la lengua muerta y fría en la boca,
pienso mover la voz a ti debida.
Libre mi alma de su estrecha roca,
por el estigio lago conducida,
celebrándote irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.